El pasado 19 de febrero, 17 personas murieron en Maputo, la capital de Mozambique, sepultadas por una avalancha de basura, provocada por las fuertes lluvias. La montaña de desperdicios había ido creciendo imparable, hasta llegar a alcanzar la altura de un edificio de cuatro plantas, al lado de uno de estos barrios de chabolas donde malviven los más pobres en las urbes de muchos países en desarrollo.
La gestión de los residuos urbanos es uno de los principales retos que afrontan las ciudades en todo el mundo y una de les grandes amenazas para la sostenibilidad del planeta. En nuestro país, unos servicios públicos más desarrollados y la creación de grandes vertederos alejados de las zonas habitadas evitan que la acumulación de basura genere hechos tan dramáticos como el accidente de Maputo, pero son tan grandes los perjuicios sobre el medio ambiente —la pérdida de grandes extensiones de espacios naturales convertidos en depósitos de porquería, la emisión de gases de efecto invernadero, la contaminación de suelos y de aguas freáticas y superficiales, el impacto sobre la fauna y la flora marina de la acumulación de plásticos…— que no podemos seguir haciendo como quien barre y esconde la broza bajo la alfombra. Tenemos que tomar medidas y sacar partido de los avances científicos en biotecnología y química verde.
Por esto es tan buena noticia que la empresa canadiense Enerken, especializada en la producción de biocombustibles y productos químicos avanzados a partir de la transformación de residuos urbanos, haya anunciado que construirá un planta de transformación de residuos en biocombustibles en El Morell (Tarragona), en colaboración con la firma francesa Suez, especialista en el tratamiento de aguas y la gestión de residuos. La nueva planta —que según los promotores podría ser operativa en 2022— supondrá una inversión de 250 millones de euros y prevé la creación de 200 puestos de trabajo directos e indirectos.
Esta sería la tercera instalación de estas características de Enerken, que tiene una planta en funcionamiento en Edmonton (Canadà) y una en construcción en Rotterdam (Holanda). La empresa tiene patentada una tecnología propia capaz de transformar químicamente el carbono contenido en los residuos no reciclables en gas sintético (syngas) y, mediante un proceso de purificación del gas, obtener biocombustibles (etanol) y productos químicos renovables.
Más allá del positivo impacto económico en la zona de Tarragona, la planta puede suponer un revulsivo para la gestión de residuos de una gran urbe como Barcelona, y favocer el desarrollo del enorme potencial de la biotecnología industrial en nuestro país. Cada día se habla más de economia circular y de bioeconomía, pero lo cierto es que no ha habido hasta ahora ningún programa de ayudas estatales o autonómicas que hayan acompañado las declaraciones políticas de buena voluntad
Y así hemos visto, por ejemplo, como la biotecnológica catalana InKemia, una de las más veteranas en el ámbito de la biotecnología industrial en nuestro país, decidía construir la nova planta para la producción de su biocombustible avanzado O-Bio en Portugal, donde se acaba de anunciar que se amplia hasta 11,78 milions d’euros la ayuda concedida al proyecto por el Ministerio de Economia portuguès.
Hay quien cuestiona si los biocombustibles serán la alternativa real a los combustibles fósiles o si esta vendrá de procesos como la fotosíntesis artificial. Hay quien justifica en estas dudas su inacción y hay muchos intereses, digamos espurios, para seguir ordeñando la ubre del petróleo a costa de la sostenibilidad del planeta en vez de focalizar esfuerzos en opciones más limpias.
Pero las alternativas energéticas que, además, son capaces de ofrecer soluciones a la gestión de las enormes cantidades de residuos que generamos deberían contar con un apoyo decidido y ser prioritarias —incluso si no son la energía más barata— porque esconden una riqueza mucho mayo: el futuro del planeta. ♦