Semana de reanudación del ritmo habitual de trabajo, tras una aparente parálisis veraniega —sólo aparente, porque nosotros hemos estado trabajando en poner en marcha un nuevo proyecto, BIOBIZ Strategy & Communications, del cual este blog es la voz. Semana, pues, de revisión de recopilaciones y lecturas de artículos profesionales, que habíamos dejado aparcados para este momento. Me reencuentro así con el principal argumento que Albert Barberà esgrimía en la presentación del Informe Biocat 2015 y que hace una semana repetía en La Vanguardia: Cataluña no tiene un problema de ciencia, pero sí de transferencia. Afirmación que encaja totalmente con el diagnóstico que Carlos Moedas, comisario europeo de Investigación, Ciencia e Innovación, hace sobre la ciencia europea en las páginas de la revista de l’EMBL (European Molecular Biology Laboratory): Europe is excellent at research, but not so good at translating its results into new products and services.
Los 90.000 proyectos presentados a las convocatorias del programa H2020 entre 2014 y marzo de 2016 dicen mucho del esfuerzo que se está haciendo para impulsar la innovación desde la investigación, pero la recomendación de paciencia que hace Moedas es apropiada, porque hay muchos factores que dificultan la traslación de los descubrimientos de la investigación al mercado. Algunos se pueden mejorar desde las políticas públicas —aumentar las inversiones en I+D, ofrecer programas de apoyo a los emprendedores, poner en marcha estrategias y programas de compra pública innovadora…—, pero otros requieren de cambios de mentalidad en el entorno empresarial e industrial —porque son las empresas las que pueden y deben impulsar la innovación, aumentando su gasto en I+D pero sobre todo priorizándola en sus estrategias de crecimiento (lo que no ocurre siempre, seamos honestos)— y en el conjunto de la sociedad.
Biotecnología industrial
Un ejemplo de esto es la aplicación de la biotecnología en la producción industrial. Según un estudio de la Duke University (Carolina del Norte, EEUU) citado por Mike Hower en GreenBiz, actualmente ya se producen a partir de biomasa manufacturas convencionales por valor de 400.000 millones de dólares. Se trata de biomateriales que sustituyen mayoritariamente productos derivados del petróleo. Pero, a pesar de que ya se producen 300.000 toneladas métricas de bioplásticos, estos todavía representan menos del 1% del mercado, que produce cada año 181 millones de toneladas de plásticos.
Se trata, en su mayoría, de plásticos de almidón, de polímeros celulósicos y de PLA (ácido poliláctico), desarrollados a partir de tecnologías que se conocen desde hace tiempo pero que hasta hace poco resultaban demasiado caras para su explotación comercial. Aunque el punto de partida es humilde, el crecimiento del mercado de los plásticos, con un aumento de la demanda que gira en torno al 20%-30% anual, abre muchas perspectivas para estos productos. Los grandes gigantes de la química, como DuPont, están invirtiendo en el desarrollo de nuevos biomateriales —como el PTF un polímero producido a partir de un derivado de la fructosa— con la vista puesta en el mercado de las bebidas y la alimentación.
Pero la fuerza que puede hacer avanzar más la biotecnología industrial —es decir, la sustitución de procesos y materiales contaminantes por otros de base biológica, biodegradables y que emiten menos dióxido de carbono en su proceso de producción— es la exigencia social de aplicar sistemáticamente aquellas tecnologías que ya tenemos a mano para garantizar la sostenibilidad medioambiental y la salud de las personas. ♦