A raíz de las informaciones aparecidas estos días sobre los supuestos favores intercambiados entre Tim Kaine, el candidato demócrata a la vicepresidencia de los EEUU en el ticket de Hillary Clinton, y la farmacéutica israelí TEVA, me he enterado de que esta compañía acaba de ser admitida como miembro de la Pharmaceutical Research and Manufacturers of America (PhRMA).
La admisión de una empresa especializada en la producción de genéricos ha causado malestar entre algunos miembros de la organización patronal, productores de medicamentos originales. Sin embargo, la PhRMA argumenta que sus nuevos miembros —junto con TEVA se han incorporado a la patronal Alexion, AMAG, Horizon y Jazz, productores de medicamentos huérfanos y de specialty drugs— contribuirán al esfuerzo colectivo de resolver el problema de los costes con una visión holística, promoviendo «políticas centradas en el paciente».
No está muy claro que la presencia en la patronal de un fabricante de genéricos, aunque sea el más importante del mundo, pueda dar un vuelco a la desatada escalada de precios que han sufrido en los EEUU, durante los dos últimos años, algunos medicamentos huérfanos o fármacos con pocas o ninguna alternativa en el mercado. Ha habido en este sentido algunos casos sonados: Mallinckrodt, que el año pasado aumentó un 2.000% el precio de su medicamento Synacthen, para un tipo de epilepsia infantil, argumentando que lo había estado vendiendo por debajo de su coste; Turing Pharmaceuticals, fundada en febrero de 2015 por Martin Shkreli —detenido por fraude y cesado como CEO de la compañía el pasado diciembre—, que compró un fármaco para la toxoplasmosis con más de 63 años de antigüedad, Daraprim, y multiplicó su precio un 5.000% (de 13,5 a 750 dólares por pastilla); en 2014, cuando el mismo Martin Shkreli era su CEO, Retrophin incrementó un 2.000% el precio de un viejo medicamento huérfano, Thiola, para una rara afección de riñón; Valeant, por su parte, provocó la indignación de miles de pacientes de la infrecuente pero devastadora enfermedad de Wilson —que provoca que se acumule cobre en los tejidos— cuando aumentó un 2.600% el precio de los dos únicos fármacos para tratarla.
Las peculiaridades del sistema de salud estadounidense, con un mercado de medicamentos donde los precios los fijan exclusivamente la oferta y la demanda, explican en parte estas situaciones extremas. Pero muchos observadores se preguntan hasta qué punto han contribuido a esta tendencia alcista las entidades non-profit privadas que ayudan a millones de pacientes a cubrir una parte de los costes de los medicamentos (el resto lo reciben de Medicare).
Un extenso y detallado reportaje publicado el pasado mayo en Bloomberg informaba de que las siete principales organizaciones sin ánimo de lucro dedicadas a esta actividad (ver gráfico) reciben más de 1.000 millones de dólares de las farmacéuticas que luego se benefician de la compra de medicamentos que las non-profit subvencionan. Hay indicios de que los pacientes a los que se ha prescrito fármacos de las empresas donantes pasan por delante de los que toman medicamentos de otras compañías y, al final, el impacto de las desorbitadas subidas de precios lo absorbe Medicare.
La colaboración económica con este tipo de organizaciones —que se beneficia de importantes desgravaciones fiscales— ha sustituido las tradicionales donaciones de medicamentos (compassionate drugs) que hacían las farmacéuticas a pacientes que no podían adquirirlos. Alguna de estas organizaciones —Good Days, antes llamada Chronic Disease Fund— había llegado a publicar en un viejo folleto promocional que las donaciones a las entidades de co-pago podían llegar a ser «más rentables que muchas operaciones comerciales», mientras que Dana Kuhn, fundador de PSI (Patient Services Inc.) y uno de los ejecutivos mejor pagados de estas organizaciones —su sueldo supera los 500.000 dólares anuales y es copropietario de una empresa que presta servicios de marketing a PSI—, había escrito “we provide a way for pharmaceutical companies to turn their ‘free product’ programs into revenue by finding long-term reimbursement solutions”.
El escándalo generado por las mencionadas escaladas de precios de medicamentos en EEUU ha concentrado el foco mediático sobre estas organizaciones y estos textos han desaparecido de webs y folletos. Un escándalo que pone en evidencia el gran reto ético y político al que se enfrentan los estadounidenses para lograr un sistema de salud más equitativo, donde realmente el paciente sea el centro y las biofarmacéuticas que invierten en I+D para encontrar soluciones a necesidades no cubiertas puedan obtener un reembolso justo, pero donde no haya espacio para prácticas especulativas y abusivas.
Ante este panorama, los 12.000 dólares que TEVA pagó en 2006 para invitar al entonces gobernador de Virginia, Tim Kaine, a una convención en Aspen, con el objetivo de favorecer su defensa de los genéricos como solución para abaratar el presupuesto de Medicare (cifra y hechos que se conocen porque están publicados en las memorias públicas del gobierno estatal) no parece que pueda justificar el escándalo que el Partido Republicano ha manifestado. A Donald Trump le ha faltado tiempo para bautizarle con el mote de «Corrupt Kaine», pero no es con aspavientos de este tipo que se resuelven los auténticos problemas. ♦